Pensó tanto en aquel terrible dilema, que desaparecieron todas las soluciones. Pasó horas concentrada, buscando un sentido y una reflexión.
Su problema trascendental del día generó tal descuido, que una gota de lavandina le arruinó una remera. A la hora de la cena, la copa de vino manchó el mantel de mariposas, y un mordisco atolondrado lastimó su lengua.
Por fortuna, tantos sinsentidos le devolvieron la coherencia a sus pensamientos y sus pies a la tierra.
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