lunes, 30 de mayo de 2011

Consulta médica XII

-Buenas tardes, querida Beroldo
-Buenas tardes, doctor
-La noto muy seria, ¿le pasó algo?
-No, nada, estaba pensando en la razón de mi consulta
-Ah, muy bien, entonces vayamos a ella. La escucho
-Hay algo que me tiene un tanto preocupada y es que últimamente ando muy olvidadiza.
-¿Cree que está perdiendo la memoria?
-Bueno, justamente no quise decir que estoy perdiendo la memoria porque puede sonar más grave de lo que es. Olvidadiza me pareció un término más adecuado.
- Término preciso, qué importante es usar el término preciso. Esto, Beroldo, es algo que aprendí con usted y que estoy llevando a la práctica con todos mis pacientes. Bueno, volvamos a lo suyo.
- Sí, le explicaba que hace varias semanas que, de vez en cuando, tengo unos episodios que me llaman la atención. Por eso vine. Quiero saber si es normal que me pase.
-¿Qué episodios tiene? A ver, expláyese.
-Le cuento un par de situaciones concretas.
-La escucho.
-Dos o tres veces me pasó de no acordarme de si previamente me había lavado los dientes o no. A ver, doctor, el cuidado de mis dientes no es un gran problema. Me los vuelvo a lavar por las dudas y listo. Pero claramente, ese no es punto.
-No, claramente. ¿Qué más?
-La semana pasada no sólo olvidé que tenía un turno con el dentista sino que tampoco recuerdo dónde guardé la radiografía de la muela que pidió que me sacara.
-A ver, Beroldo, creo que…
-No, espere que tengo un episodio más.
-Ah, perdón, la escucho. Es que me había dicho que tenía un par de situaciones.
-Pero doctor, no tome todo al pie de la letra. Esto es una conversación. Yo, su interlocutora, necesito explayarme más para poder transmitirle lo que quiero y usted debe inferir, justamente, que mi intención como hablante preocupada es ejemplificarle diferentes situaciones para sentir que me entendió.
-No se ofenda así, mi querida Beroldo. Mi interrupción fue sin intención de faltarle el respeto. Prometo ser más cuidadoso.
-No es nada doctor. Perdóneme usted a mí.
-Entonces, cuénteme el último episodio.
-El más reciente y el que más me preocupa. Hace unos días dediqué toda la tarde a hacer un trabajo que debía entregarle a un profesor. Cuando terminé, luego de varias horas de no hacer nada más que escribir, fui a la cocina a prepararme algo de comer. No pude hacerlo, doctor. Me agarró tal laguna mental que no supe cocinar. Realmente, no podía coordinar los pasos a seguir para hacer nada. Tuve que pedir comida por teléfono. ¿Se da cuenta de lo que le digo? Tenía la mente en blanco. Eso sí que me inquietó.
-Discúlpeme que me sonría. ¿Saber qué es lo que tiene usted?
-No me diga estrés. Es demasiado previsible.
-Lamento desilusionarla pero eso iba a decirle.
-Qué pena.
-Hay períodos en los que muchos andamos con lo que se llama “sobrecarga intelectual”. Un exceso de trabajo intelectual puede conllevar a tener lagunas en la memoria. Ese exceso, sumado al desgaste físico, a las emociones fuertes, determina que el cerebro no mande toda la información a los centros de la memoria.
-Bien, es lo que me parecía. Lo que usted hizo fue explicármelo de manera clara y precisa.
-Y le agrego una cosa más. La comida también influye. Una alimentación deficiente puede ser responsable de anomalías en la memoria.
-Entiendo. Deberé tener en cuenta esto también.
-No se preocupe, Beroldo. Trate, eso sí, de dejarse un huequito para el ocio. Y coma mejor. Y sea más ordenada con sus estudios médicos.
-Noto que está disfrutando de esta consulta, doctor. No puede parar de sonreír.
-No sea mala, Beroldo. Sólo disfruto de poder ayudarla con su afección.
-Lo sé, doctor, lo estaba cargando. Le agradezco mucho esta consulta. Un tanto extraña, pero útil, muy útil.
-¿Extraña la consulta?
- Sí, ¿a usted no le parece?
-La verdad que no. Pero ahora me deja pensando.
-Hoy estoy terrible, doctor. No me haga caso. Debe ser el famoso estrés que me hace comportarme así.
-¿Así cómo?
-Como una niña inquieta que se aburre y no quiere seguir los consejos médicos.
-Sí que me hizo reír hoy, Beroldo. Pórtese bien y cuídese mucho. La espero pronto.
-Sí, muchas gracias. Hasta la próxima, doctor.
-Adiós, querida.

domingo, 22 de mayo de 2011

Consulta médica XI

- Adelante, querida Beroldo
- Hola doctor
- Teníamos algo pendiente, ¿verdad?
- Sí, lo que no pude explicarle la consulta anterior.
- El tema de su excesiva capacidad de síntesis.
- Exactamente. ¿Usted piensa que es un problema que debería tratar?
- Y no sé, querida, ¿usted lo considera un problema? ¿tiene, acaso, alguna consecuencia física? Exactamente, ¿de qué estamos hablando?
- Es que no tengo las cosas muy claras. Me gustaría encontrar alguna definición precisa que me ayudara a explicarle qué es lo que me pasa.
- A ver, déjeme pensar si encuentro yo un diagnóstico que la oriente. Observo lo siguiente: está acá por una consulta determinada y en vez de explayarse y explicarme de diferentes formas qué es lo que le está pasando, necesita encontrar una única definición que abarque con precisión lo que quiere transmitir.
- Yo no podría haberlo explicado mejor, doctor.
- Puedo arriesgar, entonces, que sufre de lo que clínicamente se conoce como “déficit tautológico” o “insuficiencia de Perogrullo”.
- Ah, pero mire usted qué curioso. Yo asociaba el término perogrullada a Quevedo, jamás se me hubiese ocurrido como término médico.
- Me extraña, Beroldo, ¿acaso no es usted la que afirma que la literatura está en todos lados?
- Me deja sin palabras, doctor. Tiene toda la razón.
- Volvamos a su situación, ¿qué puede decirme de estos diagnósticos que le dí? ¿Se ve reflejada en ellos?
- No sé, me hace dudar.
- ¿Qué es lo que la hace dudar?
- Que me haya diagnosticado así de rápido.
- ¿Pero acaso no vino en busca de eso?
- Sí, creo que sí. Lo que pasa es que también dudo de que esto sea realmente un problema para mí. Es decir, si yo quiero, puedo llegar a repetir una misma idea a través de distintas expresiones o puedo apelar a lo redundante para enfatizar un concepto.
- Bueno, entonces, quizás fui yo el que se adelantó al diagnosticar.
- Sí, creo que sí. Igualmente pienso que me lo hizo a propósito.
- No la entiendo, ¿qué cosa le hice a propósito?
- Dejémoslo acá, doctor. Nos pondríamos a hablar sobre su psicología inversa y no es lo que realmente interesa.
- Totalmente de acuerdo. Además, la psicología nunca fue mi fuerte.
- Su humor es muy particular, doctor.
- No sé exactamente a qué viene ese comentario pero gracias, querida.
- Lo veo la próxima. Muchas gracias como siempre.
- Usted bien sabe que es un placer. Hasta pronto, Beroldo.
- Adiós, doctor.

domingo, 15 de mayo de 2011

Consulta médica X

- Buenas tardes, Beroldo
- Buenas tardes, doctor… Increíble, cada vez que vengo, me pasa exactamente lo mismo.
- ¿Qué le pasa?
- Dudo de si debo darle la mano o darle un beso.
- Pero querida, hace un tiempo que ya nos damos un beso. ¿Acaso eso la incomoda?
- No, por favor, doctor, para nada. Dejémoslo ahí. Son pavadas mías
- Pero me interesa saber qué es lo que le ocurre con eso. ¿Todavía siente que deberíamos saludarnos con un apretón de manos?
- Me pasa algo bastante contradictorio, y debo confesarle que no me pasa sólo con usted.
- A ver, la escucho.
- Nosotros ya hemos construido un cierto “vínculo”, por así decirlo.
- Sí, por supuesto. Es a lo que aspiro con todos mis pacientes. Cuanta más comodidad, mejor resulta la consulta. ¿No le parece? Igual, es cierto que no es posible tener el mismo grado de confianza con todos.
- No, lógicamente. Pero, por supuesto, me parece, como usted bien dice, que es necesario tratar de generar una cierta seguridad entre las dos partes, es decir, entre el médico y el paciente.
- Exactamente, Beroldo. Y por eso, me desconcierta que se sienta incómoda conmigo.
- No, doctor, no me malinterprete. No me siento para nada incómoda con usted.
- Me alegro de escuchar eso, pero entonces, ¿qué es exactamente lo que le pasa?
- Como le dije al principio, no es algo que me pase con usted específicamente, sino que me ocurre en diversas situaciones con diferentes personas. ¿Ha escuchado hablar del espacio personal?
- Sí, la distancia que dejamos entre la otra persona con la que estamos interactuando.
- Precisamente eso. Como bien sabe, ese espacio que dejamos, que respetamos, nos permite una interacción más cómoda, más agradable… Bueno, por supuesto, estamos hablando de algo cultural, y de cada persona en particular también.
- Sí, por supuesto. Y entonces, qué me quiere decir, Beroldo. ¿Siente que acá no se respeta ese espacio?
- No, para nada, doctor. No me estoy haciendo entender bien. Lo que quiero decirle es que es una cuestión mía, personal, un problema que yo tengo para delimitar las distancias zonales. Por ejemplo, mi duda de si le doy un beso o no, es justamente porque a veces siento que estoy invadiendo su espacio personal, que no me estoy adecuando en función a las circunstancias.
- ¿Pero acaso alguna vez me ha notado incómodo por habernos besado? O le doy vuelta la inquietud: ¿acaso siente que soy yo es que estoy invadiendo su espacio personal?
- Doctor, siento que lo ofendí.
- No, querida, para nada, ¿por qué habría de ofenderme? Sí me interesa saber si alguna vez se ha sentido incómoda en el consultorio. De ser así, haríamos los cambios necesarios para revertir esa situación. No son buenos los ambientes tensos para llevar adelante las consultas médicas.
- A ver, voy a tratar de ser bien clara, cosa que evidentemente hasta ahora no logré ser: usted no me pone incómoda, usted no ha invadido ningún espacio, en nuestros encuentros me siento más que cómoda, segura y satisfecha.
- Eso es lo que me parece a mí también.
- Justamente porque me siento tan cómoda es que a veces dudo de estar sobrepasándome, es decir, tengo miedo de desubicarme, de romper el vínculo médico-paciente. ¿Me entiende?
- La entiendo. Permítame decirle algo, mi querida Beroldo.
- Adelante, doctor. Lo que quiera.
- La relación médico- paciente, como usted la llama, se construye justamente entre las dos partes. Yo considero necesario que esta relación se fortalezca porque justamente eso forma parte del tratamiento. Sea cual sea el motivo de la consulta. Y déjeme decirle algo más, si usted se “sobrepasara” y no respetara el espacio del otro –acá o en cualquier otro lugar- seguramente sería debidamente informada o le darían claras señales de que lo que está haciendo molesta.
- Sí, seguramente.
- Sí, es así y acá, creo yo, jamás recibió queja alguna.
- No, para nada. Discúlpeme, doctor. Siento nuevamente que lo ofendí. Me habla como molesto.
- Para nada, Beroldo. Sólo quiero dejar en claro que acá tiene usted la libertad de hablar de lo que quiera, de actuar como le salga. Creo que siempre ha estado tácitamente claro que no nos dejamos llevar tanto por las “convenciones sociales”, por llamarlo de alguna forma.
- Totalmente, doctor. Ahora me siento un tonta por haber iniciado esto.
- Todo lo contrario. Me parece que hemos tenido una conversación muy útil que nos servirá para las futuras consultas. Por otro lado, aún no hablamos acerca del “verdadero” motivo de este encuentro.
- Es cierto, curiosamente venía a plantearle que siento que tengo una excesiva capacidad de síntesis y, a veces, reducir a términos tan precisos lo que quiero explicar, justamente logra que el otro necesite de la repetición para lograr entenderme. No sé si eso lo ve reflejado en nuestras consultas. Tampoco estoy segura de que realmente sea un problema a resolver. En fin, ya estoy un poco mareada.
- Interesante, Beroldo. Necesito un momento para pensarlo pero vamos a hacer una cosa. El siguiente encuentro lo tratamos. ¿Le parece? ¿Está en condiciones de que la deje ir?
- Totalmente. Hoy tuvimos un debate intenso y también necesito procesarlo para pasar al “verdadero” tema de la consulta.
- Esta fue una consulta sumamente interesante, Beroldo. Le aseguro que me quedo con muchas cosas para analizar. Ahora, por lo pronto, la acompaño hasta la puerta y con un beso, la despido hasta la próxima.
- Muy bien, doctor. Hasta la próxima.
-Adiós, Beroldo.

Consulta médica IX

-¡Beroldo! ¿Qué le pasó en la cara?
-Hola, doctor.
-Perdón, hola, querida. Es que me tomó por sorpresa. Ya me parecía que algo no andaba bien cuando me informaron de este sobreturno.
-Sí, disculpe doctor, pero como puede observar, necesitaba venir con urgencia.
-Sí, claro. Y no pida disculpas. Siéntese y cuénteme qué le pasó. Tiene la cara muy colorada.
-Ni me hable, es terrible lo que tengo. Por favor, recéteme algo. Esta vez creo que sí necesito tomar algo.
-A ver, cálmese, querida. Vamos, que no es su estilo desesperarse así.
-Es cierto…¿pero usted me vio?
-¿Me cuenta qué le pasó, Beroldo?
-La realidad es que tuve unos días de mucha inspiración, pero lo curioso es que esa inspiración en ningún momento estuvo centrada en mis cosas sino en otras personas.
-¿Cómo sería eso?
- Sí, estuve…¿cómo podría definírselo?...estuve hecha una terrible cocorita.
- Me hace reír, Beroldo. Y dígame, ¿por qué estuvo hecha una “cocorita”?, como usted misma se endilgó.
-Me la pasé sugiriéndoles a otros un montón de ideas sobre cómo hacer sus trabajos. Así como se lo digo. A mi hermano, le afirmé que esa pieza que está sacando en el piano, no pega con su perfil y le sugerí otra. Le dije a un profesor que su bibliografía era demasiado aburrida. Estoy convencida de que si el escritor Levrero viviera, debería escribir sobre su relación con las nuevas computadoras. ¿Entiende lo que estoy diciendo?
- Sí, claro, que está llena de ideas pero ninguna es para usted.
-Bueno, sí, pero mi pregunta no iba a eso. ¿No se da cuenta, acaso, de que me puse en una posición soberbia, impertinente? Tengo mucha vergüenza, doctor.
-No lo creo. Más bien pienso que encontró la excusa perfecta para evadirse.
-¿Evadirme de qué?
-¿Le respondo, Beroldo?
-Qué picante que está hoy, doctor. Pero no, no me responda. Lo entiendo perfectamente.
-Querida Beroldo, estoy segurísimo de que usted tiene pilas y pilas de ideas que sacar de ese cajón donde las guardó.
- Eso es cierto, pero a veces siento que acumulo, acumulo pero no uso nada. ¿Estarán arrugadas, ya?
-¿Acaso le gusta todo llano, lisito, lineal, plano, recto…continúo?
- No, deje de bombardearme con sinónimos. No sé de dónde sacó esa manía.
-¿Usted no sabe que soy un viejo mañoso?
-Me rindo, doctor. Hoy está demasiado rápido para mí.
-Voy a tomar eso como un cumplido.
-Creo que ya obtuve lo que necesitaba.
-¿Cómo, no le receto nada, entonces?
-No, doctor, bien sabe que no lo necesito.
-La acompaño a la puerta.
-Hasta pronto, doctor.
-Hasta pronto, Beroldo.
-Ah, una cosa más.
-Sí, querida, ¿qué pasa?
-Muchas, muchas gracias.
-Un placer, Beroldo, un placer.

domingo, 1 de mayo de 2011

Buenas costumbres

-Pero qué grata sorpresa. Realmente lo es verla por aquí tan pronto.
-Hola doctor, sí esta vez volví rápido. ¿Cuándo nos vimos? ¿Hace una semana, nomás?
-No interesa, querida Beroldo. Por algo tengo el placer de recibirla hoy y eso es lo que importa. La escucho.
-Tuve una semana realmente extraña.
-¿En qué sentido?
-Ahí está la cuestión. La sentí extraña pero no puedo dilucidar el motivo. Eso es lo que me tiene muy inquieta y por eso vine tan pronto. Toda la semana estuve con dolor de estómago.
-A ver, cuénteme un poco sobre esta semana.
-La realidad es que no sé exactamente qué contarle.
-Hable nomás, Beroldo. Vamos, que si hay algo que a usted le sobra, son las explicaciones.
-Gracias doctor, voy tomar eso como un cumplido.
-Esa fue la intención.
-¿Qué piensa usted de la cama bien hecha, de los vasos todos iguales, de las toallas planchadas, de la hora exacta para comer?
-¿Qué pienso de qué?
-Simplemente de eso. Quiero saber qué piensa usted cuando le nombro estas costumbres.
-Eso justamente querida, que son costumbres que cada cual adopta para vivir más o menos ordenadamente.
-¿Y eso le parece que tiene para usted una carga de importancia especial?
-Bueno, depende. Algunas cosas más que otras. Mi señora y yo cenamos todos los días a la misma hora. ¿Acaso encuentra esto algo molesto para usted? ¿Por ahí viene su incomodidad?
-No exactamente. No me resulta molesto pero sí me he sorprendido de mí misma al pensar en que debería renovar los cubiertos y platos para tener todos de un mismo juego. Por alguna razón, eso me asustó.
-Pero Beroldo, ¿no le parece un poco exagerada su reacción? Intuyo que lo que le pasó no debe venir por unos simples cubiertos. ¿Me equivoco?
-A ver, mi angustia no fue por los cubiertos en sí, sino por el tipo de pensamientos que vengo teniendo. Tengo que ser más ordenada, tengo que planchar más seguido, esos zapatos están fuera de lugar.
-Lo que usted tiene, mi querida, es miedo a volverse una mañosa. Si me permite la expresión, yo soy un viejo bastante mañoso, debo confesarle.
-Todos tenemos nuestras mañas, pero, sí es cierto, creo que no estoy preparada para aceptar algunas nuevas que me han aparecido.
-No se preocupe, Beroldo. Si no le convencen, las puede modificar. Todavía es joven y está a tiempo de arrancarlas de raíz. Es evidente que aún están verdes.
-Pero qué metafórico está hoy, doctor.
-Debe ser su presencia. Y usted, debo decir, anda un tanto pesimista.
-No se preocupe, ya estoy comenzando a sentirme mejor. Casi ni me duele el estómago ya.
-Pero qué maravilla la rapidez. Lo que me deja preocupado ahora es no entender en qué momento de la consulta se empezó a sentir mejor. Debo confesarle que no sé si yo he alcanzado a hacer algo o simplemente usted misma logró calmarse.
-Siempre me es de gran ayuda, doctor. Por algo es mi médico de cabecera.
-¿Y me va a decir qué la hizo sentirse mejor?
-Concluir que es posible que llegue a ser una vieja con costumbres algo extrañas, caprichosas, volátiles y hasta quizás poco adecuadas.
-Si es lo que pretende, es muy probable que lo logre. De esa forma, no dará lugar a preocuparse fija y obsesivamente por las mismas cosas.
-Exactamente. Eso es lo que me carcomía la panza. Eso es lo que no quiero.
-Perfecto, Beroldo. Veo que no necesita la receta del Sertal.
-No, doctor. No la necesito
-Qué tema que trajo hoy…creo que no me había puesto a pensar en todas las manías que he ganado con el correr de los años y que jamás me detuve a analizar.
-No se preocupe doctor, le aseguro que no parece para nada obsesivo.
-¿Ahora me toma el pelo, Beroldo?
-No, por favor. No quise pasarme de la raya.
-La estoy cargando, querida. Muy ciertas suelen ser sus observaciones.
-Gracias doctor, al final siempre logra despedirme sin recetarme nada. Cada día estoy más satisfecha.
-Le aseguro que gran parte del trabajo lo hace usted sola.
-Gracias.
-Bueno, creo que nos hemos tirado suficientes flores por hoy.
-Sí, la verdad es que ya estoy en condiciones de marcharme.
-Que tenga una excelente semana, Beroldo.
-Usted también.
-Vuelva pronto pero, sin que se ofenda, tíreme el chicle antes de entrar. No tolero el ruido del mascado.
-No diga más. Así lo haré.
-Gracias por la comprensión, querida. Hasta luego.
-Faltaba más. Le aseguro que de todo saco interesantes análisis…
-Ahora me deja con la incertidumbre.
-Hasta pronto, doctor.
-Adiós, mi terrible Beroldo.