sábado, 31 de octubre de 2009

Ojeada

Está asomada a la ventana, y espera las brisas fluctuantes de la tarde para cerrar los ojos y sentir que aquel viento arrastra consigo sus dolencias. Hace semanas que dedica media hora de su día a limpiar su cara con aire, casi puede decirse que se ha convertido en una rutina sin fin. Mientras mantiene los ojos cerrados y aguanta el dolor de cabeza, analiza su situación: aún insiste en pensar a fondo aquel dilema. Casi como un mecanismo de supervivencia, se autoconvence de que, a pesar de que hay lugares en donde la ciencia no llega, la sabiduría popular puede tranquilamente remplazarla. Al fin y al cabo, no todo debe ser necesariamente racional y verificable. Quizás ese viento en la cara, tal vez sus pensamientos inocentes o simplemente su escepticismo por la perfección de la ciencias médicas, puedan ayudarla. Después de todo, siempre se está a tiempo de acudir a la cura por sugestión. Eso sí, le produce temor pensar que todo el proceso pueda darse sin el dominio de su conciencia plena y siente el impulso de volver a lo seguro.

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